En primer lugar, saca los huevos y la mantequilla de la nevera a templar. Mientras se ambienta la mantequilla puedes ir buscando el disfraz. Echa los huevos, el vino, la mantequilla y la raspa en un recipiente y bate bien, a ritmo de samba.
Cuando los líquidos ya estén bien mezclados, vas añadiendo poco a poco la harina y revolviendo, como si de una comparsa disfrutaras.
Aunque te parezca que la masa nunca se va a despegar de las manos ni caso tú sigue amasando y vas viendo como se hace consistente tienes que pillar el punto en que sea lo más blandita posible y que la puedas trabajar.
Donde la vayas a estirar, echa un aire de harina o de mantequilla, imagínate que estás en la guerra de harina de Xinzo de Limia.
Con un rodillo la estiras primero, ahora la cortas en cuadrados, bueno, a veces quedan rectángulos, círculos y otras formas que no tienen nada que ver con orejas pero que están igual de buenas.
Unas vueltas al sambodromo llévalas de la mesa a la sartén, durante el trayecto, una a una y con las manos las vuelves a estirar. Casi se estiran ellas solas, cuanto más finas, más crujientes. Fríelas en una sartén con aceite de oliva y a fuego medio, en mi vitro, del 1 al 6, pongo el 4. Si hace falta vas añadiendo más aceite.
Y ahora simplemente ponte a freir, vuelta y vuelta, un poco tostada pero sin quemar, y si no te quieres salpicar ponte el antifaz. Al sacarlas, espolvorea azúcar por encima.