Mezclamos las harinas y la sal en un cuenco grande, y formamos un hoyo en el centro a modo de volcán. Deshacemos con los dedos la levadura prensada en este hoyo, y añadimos medio vaso de agua tibia (menos de 30º).
Frotamos la levadura con un poco de harina de los bordes del hoyo y agua; y dejamos fermentar esta mezcla, tapada con un paño de cocina limpio y húmedo.
Media hora más tarde, cuando la mezcla esté burbujeante, echamos los frutos secos y mezclamos con la harina restante y la masa fermentada, añadiendo agua en la medida necesaria para obtener una masa consistente, manejable, y que no se quede pegada a los dedos (Cantidad orientativa 300 ml) Si nos queda demasiado blanda siempre estamos a tiempo de añadir más harina. No hace falta amasar mucho. Dejamos levar una hora tapado con un paño húmedo.
Pasado este tiempo le damos unos golpes y aplastamos el pan para desgasificarlo, y formamos una bola con la masa. Hacemos un corte profundo en forma de cruz y dejamos reposar otra media hora.
Precalentamos el horno y introducimos un recipiente resistente al calor, lleno de agua, para formar un vapor que se traducirá en una corteza crujiente. 190º durante 25 minutos, vigilando siempre que no se tueste demasiado.