Se cortan los limones por ambos extremos para dejarles planos y que asienten bien. Sobre una ensaladera o cuenco amplio, con un cuchillo afilado se les corta en dos incisiones longitudinales y perpendiculares que atraviesen por entero el limón, pero procurando no llegar a los extremos del limón, para que de este modo se mantenga entero, sin que lleguen a formarse gajos que puedan desprenderse.
A continuación se les abre oprimiéndoles suavemente desde ambos extremos. En estas operaciones suele desprenderse mucho jugo del limón que es importante no perder. Se les rellena de sal fina y se van metiendo verticalmente en un recipiente de boca ancha, a ser posible que tenga cierre hermético.
A medida que se van metiendo los limones, se comprimen unos contra otros, pero sin aplastarles excesivamente. De este modo, se va desprendiendo mucho jugo, que por regla general llega a cubrir el contenido de limones del recipiente.
El recipiente puede ser opaco o de cristal. El primero tiene la ventaja de conservar mejor los limones de la luz, pues no pierden color, pero es más propenso a generar hongos si se descuida el contenido. El de cristal se vigila mejor y llega a ser un adorno para la cocina.
Cuando se ha terminado la operación, se cubre de sal gruesa la parte alta de los limones y se rellena con zumo o vinagre de limón (en su defecto aceite) para sellar el contenido y evitar su contacto con el aire. Se tapa el recipiente y se deja macerar unas dos o tres semanas, a partir de las cuales, los limones están listos para su consumo.