Sellar y dorar los medallones de solomillo en el aceite con el calor o fuego bien alto. Con 2 minutos a tope será suficiente. Sacar de la sartén, salpimentar y reservar.
En el aceite de haber frito los medallones, echar la cebolla y pocharla a fuego bajito, añadirle el azúcar y caramelizarla. Incorporar el whisky y subir el fuego hasta que el alcohol se evapore y la salsita reduzca. Añadir el caldo caliente, rehogar y añadir la harina.
Ahora es el momento de triturar esta salsita para que quede fina (pero sin pasar por el chino, que, si no, no tendría gracia). Volver a poner en la sartén al fuego y echarle el zumo de limón y la trufa negra bien laminadita.
Bajar el fuego y esperar a que reduzca y espese. La consistencia ideal es casi gelatinosa.Es una textura muy interesante, melosa y agradable al paladar, lograda gracias a la acidez del limón.
Con el fuego o el calor al 75%, incorporar los medallones de solomillo, bañarlos bien en la salsita y terminar de hacerlos durante unos 5 minutos. He leido recetas en las que señalan "30 minutos al fuego", lo que me parece una burrada y que puede arruinar la carne de solomillo. Ahora bien, cada cual es reina en su casa y en su cocina.A mí me quedaron sonrosaditos, tiernos y suaves.Realmente increíbles.
Montar el plato: poner una cama de papas, encima las habichuelas y zanahorias y los medallones de solomillo coronando este estupendo y sabroso plato. Regar con la salsita (no es por nada, pero deben probarla) y a comer.