Lo primero que hice fué cortar el conejo en ocho trozos. Preparé un majado con ajo, sal, pimienta negra, 1/2 cucharada de pimentón dulce y 3 cucharadas de aceite de oliva y embadurné el conejo. Lo dejé macerando durante una hora para que se impreganara bien de los sabores.
Pasado este tiempo, corté las cebollas en juliana y las freí durante unos minutos. Le añadí una cucharada de pimentón dulce y revolví con cuidado de que no se quemase el pimientón. Reservé.
En una sartén, fuí dorando el conejo hasta que adquirió un bonito color y lo fuí poniendo en una cazuela de barro.
En la sartén donde doré el conejo, puse el brandy y el agua a hervir. De esta manera recogí todos los jugos que permanecían en ella y que llevan toda la sustancia de la carne.
Cuando todo el conejo estaba frito, le puse la cebolla por encima y le vertí el líquido resultante de "desglasar" la sartén.